Fallece Pérez de Cuéllar, peruano que dejó huella en la ONU

ARCHIVO – En esta fotografía de archivo del 28 de marzo de 2001, el canciller peruano Javier Pérez de Cuéllar habla con los periodistas durante una pausa en la reunión anual de ministros del Grupo de Río y la Unión Europea en Santiago, Chile. (AP Foto/Santiago Llanquín, archivo)
Por FRANKLIN BRICEÑO | LIMA | AP.-

Javier Pérez de Cuéllar, secretario general de la ONU en dos periodos que consiguió un histórico cese al fuego entre Irán e Irak en 1988 y más tarde ayudó a restablecer la democracia en su natal Perú, murió el miércoles. Tenía 100 años.

El Ministerio de Relaciones Exteriores confirmó el deceso en un comunicado.

Su hijo Francisco Pérez de Cuellar declaró a la radio RPP que su padre murió en su domicilio de causas naturales.

«Mi papá falleció después de una semana complicada; ha fallecido a las 8:09 de la noche y descansa en paz», afirmó.

Por su parte, el presidente Martín Vizcarra señaló en Twitter que Pérez de Cuellar fue un “insigne peruano, demócrata a carta cabal, quien dedicó su vida entera al trabajo por engrandecer a nuestro país”.

Cuando asumió el cargo de secretario general de las Naciones Unidas, el 1 de enero de 1982, era un diplomático peruano poco conocido, que surgió como un candidato alternativo en una época de cierto desprestigio del organismo internacional.

Su desempeño previo como subsecretario general para asuntos políticos especiales le permitió emerger como el candidato sorpresa en diciembre de 1981, después de una elección estancada por seis semanas entre el austriaco Kurt Waldheim, que en ese momento encabezaba el organismo, y el canciller de Tanzania Salim Ahmed Salim.

Una vez electo, Pérez de Cuéllar rápidamente imprimió su huella.

Perturbado por la disminuida efectividad de la ONU, buscó revitalizarla. Con su primera acción sacudió sus cimientos al emitir un informe altamente crítico en el que advertía que la organización estaba cerca de la «anarquía internacional».

En medio de la invasión israelí al Líbano en 1982, y con violentos conflictos en Afganistán y Camboya y entre Irán e Irak, Pérez de Cuéllar se quejó ante la asamblea general de que las resoluciones de las Naciones Unidas estaban siendo «desafiadas o ignoradas» por algunos de sus miembros.

Durante la década que estuvo al frente de la ONU, Pérez de Cuéllar se ganó una reputación por su diligencia y su diplomacia serena, más que por su carisma.

«Le ton fait la chanson», le gustaba comentar en francés, queriendo decir que la melodía es lo que hacía la canción y no la fuerza de voz del cantante.

Enfrentado tempranamente en su primer periodo a una amenaza de Estados Unidos de recortarle fondos al organismo ante un eventual despojo de Israel, Pérez de Cuéllar trabajó tras bambalinas para bloquear los esfuerzos árabes de privar al estado judío de su asiento en la asamblea general. En el lado árabe hubo críticas de que Pérez de Cuéllar le dio a Washington el derecho de ingreso en el Medio Oriente.

Al manejar temas de derechos humanos, el funcionario peruano escogió el camino de la «discreta diplomacia». Se abstuvo de hacer pública una llamada de atención a Polonia por no permitirle a su representante especial en ese país investigar supuestas violaciones a esos derechos durante la violenta represión del régimen comunista de Varsovia al movimiento sindical Solidaridad en 1982.

En julio de 1986 Pérez de Cuéllar tuvo que someterse a una cirugía de cuádruple bypass coronario, lo cual generó incertidumbre sobre su disponibilidad para un segundo periodo en las Naciones Unidas. Desde que comenzó había insistido en que él sólo ocuparía el puesto durante uno, pero a fin de cuentas volvió para una segunda gestión después de recibir un respaldo masivo a su candidatura.

Pérez de Cuéllar invirtió gran parte de su segundo periodo en trabajar tras bambalinas para que se liberara a rehenes, lo que resultó en la liberación de occidentales cautivos en el Líbano, incluyendo al último de ellos y con el cautiverio más largo, el periodista estadounidense Terry Anderson, quien quedó en libertad el 4 de diciembre de 1991.

En suma, la diplomacia de Pérez de Cuéllar contribuyó a poner fin a las luchas en Camboya, a la guerra entre Irán e Irak (1980-1988), y al repliegue de las tropas rusas de Afganistán. Antes de la medianoche del 1 de enero de 1992, al salir de la sede de las Naciones Unidas, ya como exsecretario general, obtuvo un último logro, luego de horas de difíciles negociaciones: un acuerdo de paz entre el gobierno salvadoreño y guerrilleros izquierdistas.

Se postuló sin éxito a la presidencia de Perú en 1995, pero fue derrotado por el entonces mandatario Alberto Fujimori. A los 80 años abandonó su retiro en París para hacerse cargo de la cancillería y de la presidencia del Consejo de Ministros durante la gestión del presidente Valentín Paniagua, quien gobernó Perú interinamente hasta julio de 2001.

La impecable trayectoria y credenciales democráticas de Pérez de Cuéllar contribuyeron entonces a dar credibilidad al gobierno provisional, el cual organizó nuevas elecciones.

Ocho meses después, el nuevo presidente Alejandro Toledo pidió a Pérez de Cuéllar asumir la embajada peruana en Francia, cargo que mantuvo hasta fines de 2004 y con el que finalizó su carrera diplomática.

Pérez de Cuéllar nació en Lima el 19 de enero de 1920. Se graduó como abogado en la Pontificia Universidad Católica de Perú en 1943 y un año después se integró al servicio diplomático peruano. Fue el primer embajador del país sudamericano en la entonces Unión Soviética y, además de Francia, también desempeñó el cargo en Suiza, Polonia y Venezuela.

Recibió doctorados honoris causa en una veintena de universidades de todo el mundo, y fue condecorado en unos 25 países. En octubre de 1987 le dieron el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.

En sus últimos años se entregó exclusivamente a escribir, su segunda pasión luego de la diplomacia. Publicó sus memorias, donde dijo ser profundamente observador, así como su primera novela «Los Andagoya», sobre una familia limeña. Su segunda esposa, Marcela Temple, con quien estuvo casado cuatro décadas, falleció en Bruselas en 2013.

En sus últimas entrevistas a la prensa local confesó que salía muy poco de su casa en Lima.

«Eso de salir y decir ‘denme una silla para sentarme’ no me gusta. No voy a ceremonias. Además, en muchas de las invitaciones hay cierta frivolidad. Y ¿por qué debo aparecer yo como un viejo inútil? Prefiero dedicarme a esto, a escribir», le dijo al diario peruano La República en octubre de 2014.

Le sobreviven dos hijos de un primer matrimonio.

El velorio se realizará en la cancillería el viernes, y posteriormente será enterrado en el antiguo cementerio limeño Presbítero Maestro, con los honores presidenciales.

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